Marcelo Birmajer http://es.wikipedia.org/wiki/Marcelo_Birmaje |
Cuando visito
colegios, les sugiero a los jóvenes que la lectura no sólo es una de las formas
más eficaces de acceso al conocimiento, sino también una de las formas más
seguras de ahorro. El dinero puede quedar atrapado en nuestras cuentas
bancarias, como durante el corralito, o devaluarse en cuestión de días, como
está ocurriendo en estos finales de enero. Pero los conocimientos que
adquirimos con la lectura no se devalúan nunca, ni se volatilizan.
Por medio de
la lectura, y del usufructo que hagamos del conocimiento al que accedemos, nos
serán dados viajes, alojamientos y manjares. Ser invitados a dictar una
conferencia en un país lejano, a presentar un libro propio o participar de un
congreso o debate, son privilegios que debemos a la lectura. El dinero corre
albures azarosos, para ganarlo o perderlo. El conocimiento es consistente y
resistente, ni con el cautiverio nos lo pueden arrebatar; sólo con la
muerte. Los prisioneros de todos los tiempos han sido capaces de transmitir sus
conocimientos. Quizás el más célebre de la segunda mitad del siglo XX, Nelson
Mandela, aprendió y transmitió más conocimientos durante sus casi treinta años
de prisión que la mayoría de los hombres empíricamente libres de su época.
Les comento
también a mis jóvenes oyentes que, cuando se presente una crisis imprevista, el
libro será su mapa de regreso a la civilización. En estos días sin luz y con
restricciones para comprar online, ni en los libros electrónicos podemos
confiar: ora nos será dificultoso conseguir el artefacto vía Internet; ora no
podremos usarlo, por falta de energía. De modo que no tendrán más remedio que
acudir a los libros de papel. Uno al que yo recurro año por medio, como una
relectura homeopática, es Los cuentos de la aldea de Chelm, de Isaac
Bashevis Singer. Singer, nacido en Polonia en 1904, naturalizado
norteamericano, y judío toda su vida, fue Premio Nobel de Literatura 1978.
Chelm era una
aldea de tontos: tontos jóvenes y tontos viejos. Una noche alguien espió a la
Luna, que se reflejaba en un barril de agua. La gente de Chelm imaginó que
había caído allí. Sellaron el barril para que la Luna no se escapara. Cuando a
la mañana se abrió el barril y la Luna no estaba allí, los aldeanos decidieron
que había sido robada. Llamaron a la policía y cuando el ladrón no pudo ser
hallado, los tontos de Chelm lloraron y gimieron.
En otra
ocasión, al caer la nieve, al deducir en sus formas perlas y diamantes, los
sabios de Chelm deciden recogerla, para luego venderla y comprar artículos
necesarios para la aldea. Por ejemplo, un par de anteojos que les permitan ver
las cosas más grandes, de modo que todas las mercancías de Chelm valieran
el doble, gracias a su doble tamaño. Pero… ¿cómo recogerían la nieve sin
pisarla? Muy sencillo: cuatro portadores deberían llevar una mesa, encima de la
cual irían los encargados de recoger la nieve.
Guillermo Moreno |
Por algún
motivo, los sabios de Chelm me recuerdan a nuestros sabios controladores de
precios. No hace mucho tiempo, yo diría que hace un año, se lanzó, bajo la
égida del ex secretario de Comercio Guillermo Moreno, el primer control de
precios, que tuvo su remake, Mirar para cuidar, a fines de mayo de 2013. Su
repetición luego de los dos contundentes fracasos no sólo me remite a los
tontos de Chelm, sino a una más prosaica publicidad de zapatillas que rezaba: Que
de las derrotas, aprenda siempre el contrario.
Una lectura
desencantada del slogan nos revelará no que nunca seremos derrotados, eso es
imposible, sino que cuando seamos derrotados no aprenderemos nada de ello.
Moreno y Kicillof, nuestros sabios de Chelm |
Moreno y sus
sabios de Chelm intentaron detener los precios encerrándolos dentro de un
barril en febrero 2013. Como no lo consiguieron, especularon: “Pongamos a
alguien a vigilar el barril, de modo que nadie pueda abrir la tapa y los
precios se queden allí ”. Pergeñaron el plan Mirar para cuidar. Ahora
bien, ¿de qué modo abarataría el costo de las mercancías el hecho de poner a
jóvenes a cuidar el precio de las mismas? En caso de que esos muchachos –que
por otra parte nunca aparecieron– trabajaran gratis, ¿no sería malgastar su
capacidad productiva? Y en caso de que cobraran por vigilar y castigar al
comerciante o al vecino –homenaje al pensamiento foucaultiano de nuestros
queridos Carta Abierta–, ¿no terminaría siendo el pago a estos guardianes
civiles más oneroso que buscar un modo de combatir estructuralmente la
inflación?
Militantes de La Campora en control de precios |
¿A quién se
le podría ocurrir que para bajar los precios se debe enviar a jóvenes voluntariosos a que los bajen como si se bajara con un sistema de poleas la
Luna? ¿Es una solución para los ni-ni ponerlos a vigilar precios como ese otro
personaje que buscaba la moneda en la vereda iluminada, aunque hubiera caído en
la oscura vereda de enfrente? Como los controles de precios no funcionaron en
febrero de 2013 ni en mayo de 2013, vamos a probar con un control de precios
2014. Creo que ni los tontos de Chelm insisten en métodos que prueban su
ineficacia; al menos van fracasando con métodos distintos. Por ejemplo, el
suegro que le regala al yerno una navaja y éste la guarda en la paja de su
carro. El suegro le dice que las navajas se guardan en el bolsillo; pero cuando
le regala un cuarto de manteca de pollo, el yerno se la guarda en el bolsillo,
creyendo haber entendido el consejo. Nuestros tontos de Chelm ni siquiera
cambian de equivocación: parecen prescindir de la memoria, o regodearse en el
mismo tipo de fracaso.
Nuestros
genios de Chelm quieren clausurar el comercio cibernético para acumular
dólares, con el objetivo de acceder a avances tecnológicos tales como el
comercio cibernético. O comprar lentes INDEC, que ven más baja la inflación o
más alto el salario, como recurso para el desarrollo y el bienestar. O gritarle
al dólar que baje, cueva por cueva, para tranquilizar a la población.
Hay una gran diferencia
entre los tontos de Chelm del libro de Singer y los nuestros. Aquellos tontos
de Chelm eran totalmente inofensivos: podían tener un ligero toque de paranoia, como
cuando creyeron que les habían robado la Luna; pero no se cebaban, más bien
tendían a considerar sus logros y penurias como resultado exclusivo de sus
propias acciones. No concebían la idea de robar ni de perseguir al prójimo. Por
eso, en esta enésima relectura me pregunto si realmente son nuestros
funcionarios los tontos de Chelm, o si han logrado convertirnos en tontos de
Chelm al resto de los argentinos.
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