La UCR debe elaborar proyectos de poder con estructuras que generen en la ciudadanía la confianza de capacidad de gestión
Por
Ricardo Lafferriere
En la Argentina hay dos
grandes bloques socioculturales, aunque con impregnaciones recíprocas y bordes
difusos. Uno organicista, que en ocasiones desborda hacia actitudes
autoritarias, y otro más institucional, visceralmente convencido que el respeto
a la ley es el mejor camino para construir igualdad, ciudadanía y dignidad.
Ambos tienen “izquierdas” y “derechas”, pero mientras en el primero las
visiones ideológicas no le han imposibilitado conformar proyectos de poder, en
el segundo sus matices se lo han impedido.
Un arco que se extiende desde Carta Abierta a Carlos Menem y desde
Daniel Scioli a Hebe de Bonafini es abarcado por el relato y la construcción
política del kirchnerismo con el liderazgo de Cristina, tras el objetivo mayor:
el poder.
Enfrente, luego de la fragmentación del liderazgo alfonsinista, las
diversas opiniones compiten por marcar diferencias y detectar con lupa los
temas de disenso. Sólo la breve gestión de la Alianza, condenada por la herencia maldita de la
deuda que no había generado y por una situación política y económicamente
endemoniada, esbozó un fallido intento de construcción alternativa.
Un gobierno no se logra marcando las diferencias. Es necesario mostrar
capacidad de articularlas en un relato coherente, contenedor, confiable.
Para ello es imprescindible contar con un proyecto de poder y con una
estructura que les genere a los ciudadanos la confianza en su capacidad de
gestión. Ese proyecto de poder es la gran falencia opositora.
La Argentina cuenta –hoy– sólo con dos estructuras que pueden articular ese proyecto:
el peronismo y el radicalismo. Son las únicas con alcance nacional, que
asombran aun en momentos de aparentes derrumbes por su capacidad de
resurgimiento apenas se asientan en ellas un proyecto entusiasmante, una práctica
comprometida y una oferta electoral confiable.
El peronismo está
cumpliendo su función. El radicalismo debe hacerlo.
Su tarea es reconstruir la capilaridad que le permita captar los
intereses actuales de su electorado natural, las grandes clases medias
argentinas, modernizando su práctica y su agenda.
Así como el torrente alfonsinista se apoyó en la inserción juvenil en
los “frentes de masas” de entonces, los militantes del radicalismo deben
participar de las causas que motorizan el interés y las demandas de ese
electorado potencial hoy, escuchando y sumándose a la infinidad de iniciativas
de la sociedad civil que buscan mejorar la vida de las personas.
Su agenda debe incluir las demandas más fuertes: recuperar la capacidad
de crecimiento sobre bases irreversibles y diseñar los mecanismos de inclusión
para construir una sociedad integrada.
Las personas han abandonado las adscripciones permanentes y buscan
ampliar sus posibilidades personales. Quieren construir sus vidas y ser
responsables de su destino. Hay que asegurarles el piso de dignidad para que
puedan hacerlo libremente y con autonomía. A la creación de clientelismo, debe
oponerse la construcción de ciudadanía.
Debe recuperar la mirada cosmopolita de sus orígenes con una profunda y
continua reflexión sobre las nuevas herramientas de políticas públicas,
incluyendo el trabajo con fuerzas de todo el mundo, que coincidan en crear
instituciones para la globalización en condiciones de disciplinar el capital
financiero y emparejar la cancha del comercio, la tecnología y las inversiones.
Y debe cambiar de raíz
su ethos, recuperando su capacidad de contención a los diferentes.
Su historia es proficua en ejemplos virtuosos que no han implicado
renunciar a posturas finalistas, pero han sabido incorporar la idea de
progresividad de los procesos de cambio desechando el sectarismo ideológico o
la exigencia de compromisos maximalistas.
Alfonsín supo conformar una alianza social apoyada por el pensamiento
progresista de entonces, pero también por los partidos provinciales de raíz
conservadora. Y su gobierno incluyó a rivales internos importantes en funciones
altamente sensibles.
Por 1978, Arturo Illia era consultado por jóvenes radicales sobre si no
veía conveniente organizar otro partido, ante lo que consideraban la esclerosis
del radicalismo de entonces. “Puede ser, muchachos. Pero es muy difícil hacer
un partido nuevo y mucho más, desde el llano. Hacer este partido costó casi un
siglo”. Un lustro después, Alfonsín era presidente.
Es muy difícil hacer un partido nuevo. Aún hoy sorprende la
proliferación de comités, subcomités y agrupaciones, por centenares, en los
sitios más inverosímiles. La vitalidad es notable. La confianza del electorado
en ciudades como Mendoza, Santa Fe, Córdoba, Resistencia, sugiere que la
recuperación vendrá desde abajo.
Un nuevo ethos, una nueva agenda y una nueva práctica pueden reconstruir
una alternativa en condiciones de volver a darle carnadura a la democracia
argentina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario